En el complejo arqueológico de Tetitla en Teotihuacan, distintos murales (específicamente en el Pórtico 25 y los Murales 3-6, Patio 25, Mural 25, y Corredor 25, Mural 7) exhiben fascinantes imágenes del águila real (Spizaetus tyrannus). Estas representaciones, ya sean de la figura completa o solo de la cabeza, destacan por su adaptación artística que equilibra la precisión anatómica con las exigencias de un lenguaje simbólico.
La fisonomía de esta imponente ave de presa, con su característica cola negra rayada y su distintivo penacho, así como su actitud depredadora, fue ideal para simbolizar rituales de sacrificio en la iconografía teotihuacana. Es común encontrarla ilustrada con signos de sangre o bandas que podrían interpretarse como flujos sanguíneos emanando de su pico, un testimonio de su naturaleza feroz y su asociación con actos de sacrificio.
La postura del águila, con alas extendidas, sugiere preparación para el vuelo más que reposo, capturando el momento justo antes de alzar el vuelo, lo que puede interpretarse como un símbolo de libertad o ascenso espiritual.
Además, la variación en el tamaño de las representaciones de águilas, con diferentes atributos simbólicos como las gotas o flujos de sangre, apunta a una jerarquía emblemática y a la representación de sacrificios. La hipótesis de que el águila se asocia con el Sol, fuente de vida, y su trayectoria diaria de amanecer a anochecer, alude a un ciclo perpetuo de nacimiento y renacimiento, reflejado en el majestuoso vuelo del águila como un emblema de la dualidad entre la vida ascendente y la muerte descendente.
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